Nuestra historia personal se compone de fragmentos, de instantes de existencia, de experiencia de vida. La mayor parte de estos momentos los hemos transcurrido de forma inconsciente, sin contar las horas de sueño, donde la vida se nos ha escapado de nuestros ojos y presencia.

Existe un milenario arte del Japón, el Kintsugi. Esta práctica repara elementos de porcelana o cerámica que se han roto. Con paciencia oriental, une los fragmentos con una argamasa de laca y polvillo de oro, plata o platino. Ante la rotura de un elemento, lo transforma agregándole una nueva belleza: resalta sus heridas.

Seguramente, si revisamos desde nuestro presente de hoy, veremos algunos trozos de esa historia dolorosos, otros instantes quisiéramos volver a vivirlos. De algunos momentos hemos aprendido mucho, y de otros no nos queda nada aprovechable hoy. Han quedado lágrimas y risas en el camino, personas que hoy ya no están cerca nuestro, algunas de ellas afortunadamente.

Todos estos fragmentos, sin embargo, han sido necesarios para construir nuestro presente, estemos o no en paz con él. Sin alguno de ellos, aun los amargos, nos han servido para acumular la experiencia que hoy tenemos a la mano. Otra aproximación a esta mirada podría ser revisar si utilizamos ese saber agregado en este ser que somos hoy.

Una mirada de Carl Gustav Jung, acerca de la historia del ser humano, aporta que éste transita un proceso de realización de la personalidad a lo largo de la vida. Este Self, así lo denomina, ya está en el interior de la persona, y la experiencia de vida va emitiendo señales para ir descubriéndolo. Así, vamos integrando lo consciente, nuestra actitud consciente con ese interior o Self. Es una decisión que todos tenemos a la mano: convertirnos en la persona que verdaderamente somos.

La vida, en otras palabras se trata de ir uniendo los fragmentos de manera bella, armónica para conformar nuestra existencia personal, nuestra individuación. Justamente individuo es aquello que no se puede fragmentar, que es indiviso. Este proceso funde los fragmentos, los pedazos de nuestra vida en una integridad aun más bella que la original, sin marcas de vida.

 

Aparece el concepto de resiliencia, entendiendo el mismo como la capacidad de culminar un proceso doloroso con nuevos aprendizajes, de alguna manera mejores. Se entiende así que el dolor descubre a quien quiere y puede verlas, capacidades ocultas.

Rumi, poeta sufí, escribió en algún momento que las heridas son esos resquicios por donde la luz penetra. Las cicatrices, las arrugas, los viejos dolores, dejan paso a una vasija recompuesta y soldada con vetas de oro. Esas marcas se resignifican en ventanas luminosas. Aceptar lo que nos pasó implica comprenderlo, encontrar el sentido. Nada puede ser aceptado si no se lo comprende.  Y la paz interior sólo se obtiene aceptando el presente, que se logró transitando el pasado.

En este sentido, parafraseando a Boris Cyrulnik, la resiliencia hace que ninguna herida sea un destino. Así es nuestra vida, que si la transitamos de manera consciente veremos cómo hay belleza en nuestras transformaciones, como una vasija que contiene y se repara para seguir exhibiendo integridad. No es un proceso fácil, pero es el único camino posible. Te animo a transitarlo. De la mano.

 

Te invito a ver el video en el link que a continuación acompaño.

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