Según rezan los libros de historia, la humanidad se empeñó en poder volar. Desde endiosar a los cóndores, en la cultura inca, o las águilas en la Mesopotamia, los aztecas y los mayas.  la mitología griega corporiza en Ícaro, el hijo de Dédalo, al humano alado. Las aves muestran majestuosamente al hombre que este no lo puede todo. Pero la persistencia a través de varias generaciones logró construir un artefacto que podía llevar dentro a esta especie homínida, desprovista de alas para desplazarse. Los proyectos de Leonardo Da Vinci dejaron raíces para el después. Luego el primitivo invento de los tozudos Wright devino en naves cada vez mas rápidas, grandes y eficientes. Y también el sueño de tocar la Luna se cumplió sofisticando el primitivo avión. Y se llegó aún más lejos, de manera tripulada o no, pero con imágenes impactantes del inconmensurable y veloz Universo.

Me pregunto si es posible incorporar ese cambio de perspectiva que arroja poder separarse de la corteza terrestre, en decisiones pedestres. Desde la pequeña ventanilla de un avión podemos observar como un hilo de agua, denominado río, corre imparable sin reconocer guiones, puntos o líneas punteadas en su recorrido. La Cordillera de los Andes emerge potente hasta los casi 7000 metros de altura sin reconocer en su camino barreras, monolitos o alambrados. Los astronautas que han tenido posibilidad de observar nuestro planeta Tierra (uno de los mas pequeños del Universo conocido) se han llevado una imagen esférica, íntegra, única.

Las fronteras, las naciones, las culturas, las religiones, los géneros, las clases sociales, las ideologías, el lenguaje. Todas invenciones humanas para separarse, para distinguirse, para compararse, para luchar.

En algún momento de la evolución de la especie humana se despertaron las aptitudes sociales de la misma. Se agruparon en tribus para organizar la supervivencia. La distribución de los roles comenzó a diferenciar los seres idénticos en su origen y conformación. Se crearon y/o aparecieron las religiones y las tribus se fueron agregando según sus credos. Y comenzaron las guerras, por cuestiones económicas siempre. En algunos casos, revestidas de causas religiosas o socioculturales, pero quien ganaba se dominaba al perdidoso. Y entonces esa tribu triunfante, en ese momento llamado reino expandía sus límites. Y luego otra guerra corría o modificaba esos extremos de territorio hasta la próxima contienda. Siglo veinte cambalache y con dos guerras europeas, americana y asiática que comprometieron la evolución del mundo y volvieron a cambiar las fronteras, realizando collages de países y naciones con poco criterio. Si no observar buena parte de las causas del eterno conflicto en Medio Oriente. Israel es un ejemplo en pocos kilómetros cuadrados de la fronterofilia al máximo: se recorren diez kilómetros, se sale de Israel para entrar en Palestina, luego de dos kilómetros, volvemos a salir de allí para volver a Israel, y en cada limite hay controles migratorios y aduaneros y militares.

Otro ejemplo ridículo ha sido el muro de la ciudad de Berlín, donde en una misma ciudad la politik dividió a miles de familias por mas de veinte años físicamente. Lo que provocó varios intentos algunos mortales de vencer ese obstáculo. Nos diferenciamos por banderas y por canciones que empujan a morir con gloria por ese trozo de genero coloreado.

¿No somos acaso todos terrícolas?

¿Por qué naturalizamos los tediosos trámites de visa para visitar dos semanas a Estados Unidos, Canadá, o Francia? ¿Cual es la razón profunda por la que no nos identificamos con un senegalés que vende anteojos de sol en la calle, y lo vemos como un ser exótico y ajeno?

 

Se suele decir de una persona limitada que es alguien que no tiene muchas luces. O sea que tiene muchos límites. Que eso lo limita.

Son muchos siglos de divisiones, de reforzar identidades a través de las nacionalidades, religiones, culturas, sexos, ideologías, clubes de futbol, las mal llamadas razas. Todo ésto se origina en la cultura tribal original, que nos impide ver al otro no como un enemigo sino como un igual. Creamos una frontera entre mi ser y el que tengo cerca. Nuestro ego crea fronteras cumpliendo con su función de protegernos del peligro. Pero no siempre viene el otro a quitarme lo mío, sino que entre dos la sinergia puede multiplicar la existencia inicial.

El mosaico que conforma la humanidad al fundirse, al integrarse, al colaborar y compartir crea finalmente un producto mucho más rico que el inicial.

Al final de cuentas, amantes que somos en nuestra generación del siglo XXI, de hechos comprobables (mas allá de la propagación virulenta de las fake news) si hiciéramos un ADN y pudiéramos saber de donde provenimos podremos descubrir que somos uno, que somos una sola especie.

Sé que es ilusorio este planteo, que roza la utopía. Que los políticos tienen su razón de ser en el conflicto y en separarse de los otros para ser elegidos para destrabar aquello que crearon. Que las naciones prósperas no tienen ningún interés en cerrar sus controles migratorios y así morirse de hambre, estiman apoyándose en la ya vetusta teoría de Malthus.

Mi propuesta es bastante menos presuntuosa e idílica. Propongo que cada uno de nosotros, en sus ámbitos sociales: la familia, el trabajo, clubes deportivos y sociales, iglesias, etc. se relacione con el otro como un igual. Que guardemos nuestras banderas personales. Que no veamos al colectivero como un enemigo, que no descontemos que el que conduce delante de nuestro auto es un inútil, que volvamos a creer en el otro. Sé que, en algunos casos, producto de la experiencia concreta con alguna persona, es imposible generar dicho crédito, aquí lo excluyo de mi propuesta, aunque vale pensar en dar otra oportunidad. Pero hay muchas más personas que no nos fallaron que aquellas en las que no puedo confiar. Y no simplifiquemos la visión abonando creencias limitantes como: “los franceses son poco serviciales”, “las mujeres son complicadas”, “todos los hombres son iguales”, “etc. etc.”. No hay nada mas enriquecedor que comunicarme con alguien que piensa distinto y escuchándolo tratar de entender sus razones.


El desarrollo de mi experiencia vital sobre este planeta se ha basado en enfrentar con relativo éxito situaciones desconocidas, no previstas, lo que hicieron que adquiriera determinada habilidad, o conocimiento. Lo que aquí simplemente presento es que nos expongamos a la experiencia de abrir nuestros alambrados personales y dejemos entrar al otro a nuestro territorio, a nuestro ser, a nuestro corazón. Intuyo que mucha luz se generará a partir de esos encuentros. Al fin de cuentas somos uno, aunque las cuentas den más de una unidad. Abramos las puertas, derribemos nuestras fronteras.

 

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