Siento que el tema que suena en todo oído es la llamada incertidumbre. Una exacerbación de un estado natural de la vida, que la humanidad había encontrado la manera de camuflar, bajo diferentes artilugios.
La religión nos daba certezas, las empresas y un empleo en relación de dependencia o de contrato indefinido, un matrimonio para toda la vida, amigos para siempre, proyecciones económicas que dibujaban variables para el 2030. Si hasta ya sabíamos cuánto tiempo duraban los celulares: tres o cuatro años con suerte.
Pero esa manta se voló con el huracán Pandemia y nos encontramos descubiertos de toda protección: no sabemos qué nos deparará el día de mañana. El hombre de las cavernas tampoco sabía que iba a almorzar cada día. Un mamut no se consigue todos los días. De ese abuelo heredamos nuestra constitución física y muchas creencias. Por ejemplo, nuestra mente está siempre preparada para lo peor, para estar alertas al peligro. Por eso, el optimismo es un comportamiento aprendido, no viene de fábrica.
Este juego se llama VIDA: que cada día tenga su afán, dijo Jesús y pocos lo escucharon. Ocuparnos de lo que tenemos frente a nosotros y nada más. Planear sí, pero con toda la atención en el ahora. El ahora no tiene incertidumbre: me tiene a mí, a mi coherencia, mi convicción, mi perseverancia y disciplina forjadas en otros momentos presentes del pasado. Todo ello detrás de un objetivo. Pero aplicados al método, al camino, y no al resultado. Como el atleta que se focaliza en lograr una medalla o puesto deseado, y considera al entrenamiento un medio. Acabada la prueba, y hasta con la medalla en la mano, se acabó su incentivo, su motivación. Mi foco debería ser mi identidad, quién quiero ser, más allá de los resultados. Así lograré forjar una existencia de permanencia más estable y cierta. La imagen de un atleta ganador como Rafael Nadal ilustra esto que trato de explicar: Rafa transmite una mentalidad que se extiende de torneo en torneo, no termina en cada uno. Hay otros casos, alguno que se enfrentó con Nadal en una final de Roland Garros, casualmente, focalizado en el resultado, ganar el torneo francés, apeló al doping. Terminó con su carrera. Rafa lleva ganados doce torneos en Paris.
Ante la incertidumbre: perseverancia, disciplina, convicción, coherencia. Y soltar el resultado. No es una plataforma eleccionaria, son ingredientes que tiene poco marketing.
Hablo de hábitos, de perseverancia y seguimos con identidad. Pero parafraseando al bueno de Carl G. Jung, él diría de mejor manera que esa identidad es eso que nos lleva la vida: descubrir quien verdaderamente somos. Esa es la misión, la tarea de vivir de manera consciente. Y entonces aparece la constancia, la convicción, el coraje. Claro es que los miedos y dudas acecharán. Aparece nuestra configuración Sapiens. Pero si miramos a los ojos con nuestra esencia, nada nos desviará. Porque ya sabremos que nuestra existencia implica servir, y que hay otros que tienen destinado nuestro aporte de valor, y nos esperan sin saber de nosotros. Y entonces ya no es una decisión solitaria, individual de qué hacer de nuestras vidas. Ese mosaico bizantino que es la especie humana, no está completo en su dibujo integral, si mi mosaico diminuto, sin mi color, con el hueco que le aporta mi ausencia. Soy responsable de mi vida, no sólo por mí, sino por la unidad del dibujo. Descubrir desde el ser este sentido o propósito de la vida es transformador. Todo pasa a ser funcional a ese derrotero, a ese destino. El trabajo individual será, si no ha sido revelado ya, descubrir el servicio a brindar, el IKIGAI, el propósito de vida, concreto, del que puedas subsistir, además. Es identificar mis dones, mis habilidades, y ponerlas al servicio de otros. Algunos llaman a eso trabajar de lo que amamos, hacer que la vida fluya.
La actual pandemia produce un crujido en las estructuras sociales, políticas, económicas, religiosas y culturales. Muchas de ellas se derrumban. Es un paréntesis en la vorágine existencial que se llama crisis. La raíz etimológica de esta palabra ofrece conceptos como: crisálida, crisol, criba, crístico. Renacimiento, transformación, selección, asociación, resurrección. COronavirus: co-laboración, co-ordinación, co-razón, co-agular, co-rrección, co-alición, co-nciliación. Co-nstruyo. Aplicando la regla de Pareto, seguramente el 20% de la humanidad aprovechará el 80% de los frutos de esta crisis fenomenal a nivel global. Frutos de todo color: económicos, políticos y también espirituales. Cuando me refiero a la categoría de espiritual, me refiero a nivel personal a aquello que existe más allá de lo físico y mental. Es la mirada sobre la esencia del ser, la conciencia pura, la individualidad en la unidad de la humanidad. El COVID y su manera de impactar en su contagio, nos muestra descarnadamente que todos somos un mismo organismo, que estamos en la misma casa, que somos órganos de algo más grande que nuestra mera singularidad. Pero está dicho antes, que es esencial ese aporte individual para alimentar el crisol, más aún en esta crisis. En esta criba, en esta selección o reordenamiento cada uno decide, si está despierto y atento, seguir o separarse del camino antiguo, aferrarse a la ilusoria seguridad de lo conocido o crear mi nueva normalidad. Juzgar, valorar hacia dónde poner su afán. Valores como coherencia, verdad, civilidad, solidaridad (bien entendida y voluntaria), simplicidad, se ponen en el estante para que ese 20% de seres conscientes los tomen y los incorporen como ingredientes de sus comportamientos.
A veces me invade la angustia, lo confieso. Entonces, busco silencio, respiro tres veces conscientemente, y me concentro en mi interior. Percibo que nada ocurre, que mis miedos son sólo imágenes, que ahora mismo no corro peligro. Contacto con mi paz interior. Respiro. Confío. La realidad ha cambiado. Yo he modificado mi percepción sobre ella. Entonces, la realidad no ha cambiado.
Cuando el escenario se mueve, se transforma en incierto. Centrarme en mi esencia me da certeza, estabilidad. Paz en la tierra. Aquí, conmigo.