Bendito y buscado equilibrio. Según el diccionario equilibrio significa: “inmovilidad de un cuerpo sometida solamente a la acción de la gravedad”. Pero emocionalmente lo deseamos porque nos produce calma, tranquilidad, comodidad. Perseguirlo equivale a encontrar el comienzo del arco iris, y su arcón de monedas de oro. Podríamos descubrir que ambos son inexistentes, o no visibles. Pero al menos el equilibrio o la estabilidad, son parte de nuestra esencia: somos armonía, calma. Sólo que frecuentemente nos soltamos del amarre interior y nos dejamos arrastrar por el oleaje externo e imaginario de nuestra mente.

Las circunstancias nos rodean, y también nos invaden cuando abrimos nuestras puertas al entregarnos a su ritmo. Palabras, situaciones, estímulos desde afuera rompen con la calma interna que es nuestro estado natural, de origen.

Al alejarnos de ese mar tranquilo de nuestro ser, comenzamos a buscar soluciones, auxilios que vengan del afuera: libros, gurúes, sustancias, distracciones. Inclusive cuando esta tormenta que vivimos se extiende en el tiempo, la salud física y mental comienza a comprometerse y es allí cuando un medicamento debe sanarnos. Los síntomas deben aplacarse porque la armonía se rompe en nuestro dia a dia. ¿Y las causas? Después las vemos, ahora apremia anular los gritos de mi cuerpo o mi mente.

“¡Resistiré!”, nos incitan desde la canción. “¡Aguante!”, “Tenés que ser fuerte!”, “¡Tú puedes!” Estas prescripciones de endurecimiento sólo agregan stress a nuestra vida, más cortisol a nuestro organismo, deteriorando el buscado equilibrio. Es como cuando de pie en un barco a merced de las olas, nos pusiéramos rígidos para contraponer el bamboleo marino: en pocos segundos nos caeríamos de bruces.

Hay mucha energía aplicada para vivir en distracción casi permanente, en inconsciencia, en descartar la conexión con nuestro centro. Los pensamientos negativos también absorben mucha energía sustraída a nuestro cuerpo, que la utiliza para sostener la salud (otra manera de decir equilibrio u homeóstasis).  Nuestro organismo está diseñado para estar saludable, y es nuestro comportamiento consciente e inconsciente quien lo desestabiliza. No son los virus quienes nos infectan, sino nuestro sistema inmunitario débil quien lo deja entrar. Hoy la epigenética trata este tema con profundidad. La pobre inmunización interna tiene que ver con nuestros miedos, que producen cortisol en exceso. Somos nuestros médicos y nuestros propios focos infecciosos. No hay predisposición genética que pueda disparar enfermedades, salvo en muy especiales casos. Nuestro estado de stress permanente enciende los interruptores genéticos para que las enfermedades se paseen por nuestro cuerpo.

Quizás el sendero a recorrer sea el de vivir atendiendo lo importante, esto que ocurre ahora, no nuestros pensamientos que nos arrastran al pasado o empujan a un futuro tenebroso e improbable. Estos movimientos temporales hacen que la mente lo sufra en modo presente, adelantando sufrimientos imaginarios y haciéndolos reales. Abrirse al asombro, que dispara la curiosidad y comienza el proceso de aprender. Todo el tiempo: aprender. El proceso incómodo de salirnos de nuestra pequeña biblioteca de conocimiento presente y arrojarnos al abismo de lo nuevo, lo doloroso e incómodo de desafiar nuestras creencias, de sacudir nuestras respuestas firmes. Aprender te despierta, te lleva a ver las cosas de nuevo por primera vez. Es como un viaje a un lugar nuevo, que cuando regresamos vemos nuestra ciudad, nuestra casa con otros ojos. Vemos lo viejo nuevo.

El equilibrio se persigue cuando evitamos buscar los llamados cierres cognitivos: ponerle una respuesta a cada interrogante lo más rápido posible. Así, evitamos el proceso de aprender, de investigar, de simplemente disfrutar del viaje de la vida. En ese ansioso camino de tener respondidos todos los dilemas que aparecen, nos acostamos en el sesgo de confirmación, buscando esas explicaciones siempre en el mismo rincón, en las mismas fuentes. Cuando desafiamos la tranquilidad imaginaria de nuestras opiniones es cuando el equilibrio aparece allá en nuestro horizonte.

Vivir en incertidumbre. Aprender. La vida es incerteza e impermanencia. Nuestra mente necesita encontrar coherencias, patrones para funcionar, y así ahorrar energía. Empleamos las creencias para acotar las posibilidades de la realidad facilitando la tarea primordial de la mente cual es la supervivencia.

Silencio. Esa música entre notas es la inspiradora de verdades, de rutas cortas y profundas hacia la armonía interior. Buscar en el profundo océano de nuestro ser aquello que esperamos que venga del afuera. No sé si como Sócrates sostenía que el conocimiento hay que despertarlo desde adentro, pariéndolo como Sócrates con la mayéutica, a través del dialogo metódico. Otros sostienen la teoría de la tabula rasa: nacemos como una hoja en blanco y la completamos adquiriendo conocimiento desde afuera. De lo que estoy convencido es que vivir es experimentar, que experimentar es la única manera de aprender, y aprendo cuando observo lo que experimento. Recrear nuestra actitud de niño al descubrir algo nuevo. Y cada instante que vivimos es nuevo, ya que nunca lo vivimos ni se repetirá. Disfrutar del camino implica no depender de llegar para haber cumplido el proceso, sino estar presente paso a paso, curva a curva.

Aprender implica equivocarse, es más: del error se extrae más enseñanza que del acierto rápido. Pero no nos permitimos errar, ni nosotros ni nuestro entorno. Y entonces el miedo produce que los intentos se reduzcan, que caminemos la ruta conocida, que hablemos de lo que ya hablamos, que leamos lo que ya sabemos que dirá, que creamos lo mismo que ayer, con las defensas altas. Todo en busca del equilibrio, pero éste se resiste a reinar en nuestro espíritu. Evidentemente no es por allí. El Universo mismo no está en equilibrio, sino en movimiento permanente, en constante evolución.

La estabilidad, el equilibrio, la paz están en nosotros, aquí dentro nuestro. El estar presentes, el soltar la exigencia por la corrección o tener que saber todas las respuestas, y la curiosidad son ingredientes de esta receta magistral que produce ese orden deseado.

Lograr la calma mental, silenciando nuestro diálogo interior inútil y repetitivo, es un buen objetivo. El estar presentes y la meditación ayudan a disminuir la insatisfacción que la rumiación mental nos trae.

Como el nacimiento del arco iris, te aseguro que el equilibrio no es un estado tangible y menos permanente. Es una ilusión. Seguramente aparecerán instantes del mismo, pero la paz se persigue, no se atesora, y en ese caminar la estabilidad dominará nuestros pasos. Es en ese movimiento de flexibilidad hacia lo que está ocurriendo, aceptando, no lo que espero o temo, en que la salud interior se expande. Y la salud es equilibrio y armonía. Disfruta del camino. Ahora.

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