“La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir” (Carl Gustav Jung)

Ante las actuales situaciones de aislamiento y el enfrentar una situación inesperada, suele despertarse el miedo. Si este sentimiento básico se apodera de nuestro ser, puede aparecer el egoísmo en varios aspectos. La necesidad de conservación produce esas reacciones de agotar existencias de mercancías, de escapar de la ciudad, de no respetar las reglas establecidas, son algunas de las situaciones provocadas por ese instinto básico.

Tratemos de detenernos en la emoción del miedo. Esta emoción ocurre porque mi mente no conoce esta situación, no tiene herramientas conocidas a la mano. Se nos aparece una imagen mental de futuro sobre lo que nos va a pasar: muerte y/o pobreza, por ejemplo. Tenemos dos salidas: a) darle la espalda a la emoción, por algún artilugio evasivo, o b) experimentarla. Si nos vamos con nuestros pensamientos al futuro, nos escapamos del presente. La situación es aquí y ahora, por lo tanto, no estaremos preparados para transitarla si pensamos en mañana, si nos atrapa la emoción (et.: e-movere: hacia la acción).

Ésta nos empujará a enfrentar imágenes que no existen ahora. Cuando el miedo nos abrace, verifiquemos que ahora no está pasando nada de lo que nos imaginamos. Lo tememos, pero ahora no está sucediendo. Registremos este proceso mental, volvamos al presente luego de perdernos en la mente. Este ejercicio de observación es muy útil y nos devuelve la paz.

Cuando las paredes oprimen, nos extraen por presión lo mejor y lo peor que nuestro interior contiene, como un tubo de dentífrico. Esta situación exhibe nuestros desequilibrios preexistentes: nuestro ser atado a nuestros trabajos, nuestra rutina diaria, no estar en casa, sólo configurados a producir.

Pero este recogimiento, en situaciones conscientes, nos propone autoobservarnos, dejando la influencia de estímulos externos, recuperar los vínculos con quienes convivimos o nos relacionamos, dedicar tiempo a nosotros mismos. Aceptación de la situación imperante es el nombre del juego. Aceptar no es resignarse. Es empoderarnos, atendiendo esta situación, una por vez, no todas juntas. Así podremos imaginar o construir cómo seremos luego de este proceso.

Vivir es aprender a vivir, experimentando lo que transitamos. No se aprende a andar en bicicleta viendo tutoriales en internet, lo mismo que el bebé no aprende a caminar siguiendo las instrucciones de la mamá, o a nadar no aprendimos en un gimnasio, sino en el agua. Insisto: vivir se aprende viviendo.

Debemos partir de reconocer nuestra ignorancia, lo que nos dará espacio para el aprendizaje. Entonces nos entregamos a la situación, ponemos toda nuestra atención, la aceptamos.

Podemos ver todo el esfuerzo que nos exigió vivir hasta ahora. ¿Es lógico que vivir tenga que ser un proceso forzado? ¿En la naturaleza, vemos a las especies animales o vegetales sufriendo por ser y transitar su existencia? Debemos lograr un estado de experiencia de vida fluido.

También podemos descubrir que existe el silencio, la pausa. Gran valor tiene el silencio en la música, sin el cual las notas serían un bochinche poco armonioso. Cuánto nos dice el callar de nuestra mente, cuando los pensamientos nos dejan pensar.

Observemos la enfermedad y la muerte, dos circunstancias de la vida que escondemos todo el tiempo. Existen y forman parte de la vida del ser humano.  Es hora de entenderlas, aceptarlas, incorporarlas, a las nuestras y a las de nuestros afectos. Reconozcamos los mecanismos que utilizamos para evadirlas y dejémoslos atrás.

Podríamos decir que el virus somos nosotros, ya que sólo la propagación es posible a través de otro ser humano. Nuestra actividad ha enfermado el planeta y esta pandemia es un resultado de esta sobreactividad, tanto industrial como del ego colectivo.

Todo lo que nos pasa es consecuencia de lo que hacemos.

Si el miedo nos domina, nuestro sistema inmunológico se pondrá en modo baja batería y seremos mas propensos a enfermarnos. Nuestros temores nos hunden tal como a un nadador inexperto.

La armonía necesaria solo surgirá desde cada uno de nosotros. La paz interior en cada ser se reflejará y contagiará al entorno. Esta es una responsabilidad primaria ante esta situación global: aportar paz.

Tenemos un adversario en nosotros que es el ego, que, a través de la mente, necesita certezas, ya que está contratada para lograr seguridad, cuidar nuestra supervivencia. Y ante contextos de alta incertidumbre, la angustia (el sufrimiento por el futuro) o el autoengaño afloran.

G. Jung decía que: “el arte de dejar que las cosas sucedan, la acción a través de la no-acción, dejar ir el propio yo, como lo enseña Meister Eckhart, fue para mí la llave que abrió la puerta hacia el sendero. Debemos dejar que las cosas sucedan en la psique. Para nosotros, ésto es de hecho un arte del cual casi nadie conoce nada. La conciencia siempre está interfiriendo, ayudando, corrigiendo y negando, nunca dejando que el proceso psíquico fluya en paz…” 

En esta propuesta de quietud interior, donde nos observamos, pueden aparecer oportunidades. En este soltar lo incontrolable la creatividad puede aflorar. Pero hay algo que sí tenemos que observar, aunque no anular, que son nuestros pensamientos. Ellos crean realidades. Debemos cuidarnos de ellos, ya que este pensar diseñará el escenario y las consecuencias en que esta pandemia se moverá alrededor nuestro.

  • ¿Qué beneficios perseguir en este momento no esperado?:

Tenemos a nuestra disposición, el tan declamado y valorado tiempo. Podemos aprovecharlo para crear proyectos, a través de la divagación. Reflexionar sobre nuestras vidas: reconocer nuestras incoherencias y perdonarnos, que es reconciliarnos con nuestra sombra (lo que no queremos mostrar de nuestra personalidad). Conectarnos con nuestras familias. Imaginar y concretar ayuda a nuestra sociedad en la actual y futura situación. Desempolvar y actualizar viejos proyectos, enfocados en qué problemas podemos aportar alguna solución. En definitiva, en colaborar en empezar a realizar un mundo mejor, desde la baldosa mas próxima hasta donde nuestra capacidad e imaginación alcancen. La posición meramente crítica no aporta mucho.

 

  • ¿Qué implica el autoconocimiento?:

Podemos empezar reconociendo nuestras tres dimensiones: cuerpo, mente y espíritu.

¿Que hacemos por nuestro cuerpo? ¿De qué y cómo nos alimentamos? ¿Descansamos lo suficiente (7/8 horas)? Nuestra anatomía esta diseñada para el movimiento, no para el sedentarismo, tampoco para acumular alimentos. Además, la actividad física produce endorfinas que benefician el estado de animo y predisponen al descanso profundo.

¿Cuidamos de nuestros pensamientos? Ellos crean realidades. ¿De dónde vienen? ¿En qué creencias echaron raíces? ¿Que sentimientos nos producen?

¿Reconocemos nuestra realidad espiritual? No hay contenido religioso en esta dimensión. ¿Quién piensa nuestros pensamientos? Allí está nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra esencia, nuestro verdadero y desnudo yo. Aprender a meditar, simplemente dejando que los pensamientos corran, mirarlos como en una pantalla hasta que vayan desapareciendo.

A nuestra esencia deberíamos llegar, a ese ser único e irrepetible, a nuestra identidad, a nuestra individuación (sin fragmentación, íntegro). Ese es el viaje que no genera peligro de contagio y que nadie puede prohibirnos.

¿Como cuidamos nuestro cuerpo? ¿Somos conscientes en nuestra nutrición? ¿Realizamos ejercicios físicos que mantengan y mejoren nuestros músculos, huesos, circulación sanguínea, corazón, mente?

Hay hábitos que debemos cambiar: ritmos nutricionales, contacto con las pantallas, información que consumimos, etc. No necesitamos mucha ayuda para darnos cuenta cuáles son.

  • En conclusión, para empezar:

Este proceso forzado de reclusión y reducción de estímulos externos nos propone que nos preguntemos cuál es nuestro propósito en la vida (ver:https://www.viajardelamano.com/2020/03/02/en-que-equipo-estas/). El mismo está basado en nuestros talentos y en ponerlos al servicio de los demás. Hoy se demuestra más que nunca que cada talento presente en el mundo es necesario. No hay que enterrarlo, sino ponerlo a trabajar, y todos tenemos al menos uno. De ahí que es esencial conocerse. Y no se trata de filantropía o entrega gratuita, simplemente. Es encontrar el sentido de nuestra existencia. Qué mejor premio y satisfacción personal que recibimos al cerrar la búsqueda consciente o inconsciente, y dedicarse a fluir en la vida. Una vez visualizado, el propósito se transforma en una herramienta de foco en nuestro caminar: sólo concentramos nuestra atención en aquello que se alinea con él. Dejamos de vivir una vida en fricción, forzada.

El mundo será diferente cuando la pandemia baje su virulencia. Anhelo que nuestro nivel de consciencia individual y colectiva, haya ascendido lo suficiente para que no sea necesario otro sufrimiento mayor para despertarnos. Empecemos hoy y en cada uno.

Nota: Agradezco especialmente a Enric Corberahttp://www.enriccorberainstitute.com y Sergi Torres (www.sergitorres.es) por inspirarme para garabatear estas palabras.

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