El miedo es un amigo de la infancia. Es una emoción primaria, necesaria, que heredamos de la época de nuestros tataratatarabuelos cavernícolas. Las otras emociones primarias son la ira, la tristeza, el asco y la más agradable, la alegría. La última la tiene difícil. La emoción del miedo avisaba a nuestros parientes en sus cuevas cuando el tigre colmillos de sable, los mamuts o arañas venenosas merodeaban la caverna. Ese aviso disparaba dos posibles movimientos: pelear o huir (fight or fly).

Mi padre decía que lo que se hereda no es pecado, pero puede ser poco útil o tóxico si al miedo le concedemos el protagonismo en nuestra vida.

 

Esa emoción que se activa en la amígdala, la del cerebro, no la de la garganta. Es la misma glándula, donde impacta la confianza. Lo que demuestra que no podemos sentir al mismo tiempo y por el mismo estímulo, sea persona, animal o cosa miedo y confianza. Aquí hay una segunda lectura: la falta de confianza genera miedo, sea sobre nosotros mismos o respecto a lo externo.

Esa glándula segrega cortisol, y se activan y desactivan mecanismos en el organismo.

El cortisol detiene los procesos de homeostasis (equilibrio y sanación internos del cuerpo), de reproducción y digestión. Si esta reacción es por un rato no pasa nada, la cuestión se complica y enferma cuando esa presencia química se prolonga en el tiempo, provocando lo que se llama proceso de inflamación leve crónica. Se complica el descanso, la restauración del cuerpo, los procesos de digestión normales, disfuncionalidades reproductivas, entre otras.

 

La ansiedad, que es miedo por el futuro, necesita ser observado para desgranar cuál es el objeto del miedo.

 

El Eneagrama desbroza nueve tipos de personalidades que se arman alrededor de un miedo predominante que se fija en nuestra infancia. Podemos decir que los miedos de hoy nacen en la infancia en una abrumadora mayoría. Identificar cuál es mi miedo protagonista me ayuda en el camino del autoconocimiento con un beneficio bien práctico: aprendo a responder y dejo de reaccionar, cada vez más frecuentemente.

 

El miedo me limita en mi radio de acción de la realidad, me nubla la vista y me reduce mis capacidades de decidir.

 

Necesito saber quien soy, auto observarme. Es clave desarrollar introspección, poder tomar perspectiva de mi y detectar las emociones que se disparan, porque me dan mucha información de mi matriz: qué me calza, que me produce disconfort, y qué me desorienta y me asusta.

Puedo tener miedo al fracaso, al éxito, a la felicidad, a la muerte (o sea a la vida), a la soledad. El miedo primordial es a la muerte, por lo desconocido de esa dimensión, más que el sufrimiento que pudiera involucrar. Como se sabe en neurociencia, el cerebro necesita certeza para operar, y si no la tiene la obtiene por asociación y allí propone pensamientos de coherencia con esa situación conocida, identificándola con una nueva.

 

¿Cómo convivir con el miedo? Una manera es darme cuenta de que estoy siendo cautivo de esa emoción, entonces anclarme en el momento presente, y tomar conciencia que nada de lo que me imagino, eso que me despierta el temor, está sucediendo ahora. Si logro hacer este ejercicio apenas me siento invadido logro responder cada vez más pronto, antes de reaccionar de manera inconsciente, instintiva. En otras palabras: estar aquí y ahora, dándose cuenta de lo que sucede realmente.

 

Escuché hace unos días que esta pandemia nos ha hecho volver a ver al niño que fuimos en situaciones de no tener un mayor que nos explique el mundo, que nos diga qué pasa, y nos tranquilice con un “ya pasó” y que nos proteja. Volvimos a conectar con nuestro niño interior. ¿Cómo lo vemos? ¿Cómo nos comunicamos con él?

 

No tengamos miedo al miedo, sino aprendamos a vivir con él en libertad interior. Prestemos atención a esa y todas las emociones que se nos despierten, nos arrojan mucha información de cómo estamos, nuestras sombras y oportunidades de mejora, dónde nos duele vivir. Porque la gran pregunta de la vida es cómo logramos reducir nuestro sufrimiento, que es otra manera de decir que acariciamos la felicidad. O algo así. Que tengan un buen día.

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