Desde mi adolescencia temprana tuve el sueño de conocer Egipto, sus pirámides, sus momias, su historia. Ese libro de Historia de primer año me tatuó en el inconsciente una flecha que marcaba inexorablemente al noreste de África: el delta del Nilo y todo su recorrido egipcio. El relato de la momificación, en especial la habilidad que tenían de extraer el cerebro a través de las fosas nasales me inspiraba a profundizar en ese pueblo.

La vida me hizo mirar hacia otros nortes, enfocando mi mirada en otras ocupaciones y otros destinos.

Pero un dia apareció la inquietud de conocer Jerusalén y esos territorios por donde se cuajaron las principales religiones monoteístas. Y volvió Egipto a mi mente como un aire que necesitaba respirar. Siempre me interesó la historia, y en los últimos años mas que para reconocer aquello que había leído, empecé a necesitar entender el derrotero del ser humano sobre esta superficie terrestre. Y de repente, producto de la compañía aérea que mostraba la mejor oferta, se sumó Estambul o Constantinopla al recorrido.

Israel y Estambul merecen una bajada a palabras especial, que trataré de garabatear en otro instante. Hoy me centraré en el titulo, que para algo lo puse.

La historia del homo sapiens tiene una huella profunda en las tierras costeras del Nilo, proclamado desde siempre como el rio más largo del mundo (recientes estudios científicos apuntan al Amazonas. Grieta hidrográfica que prefiero evitar). Sin dudas son las aguas que han visto como testigo cantante de historia profunda de la humanidad. Religiones, edificios, costumbres, alimentos, vida, muerte, todo ha transcurrido a la vera de sus aguas que además crecían según la época del año y todos los seres vecinos participaban de la novedad de esas crecidas.

El limo del rio ofrece un excelente abono para los cultivos en sus márgenes, ya que un poco mas allá el desierto planta su escenografía implacable. También las crecidas habrían ayudado a construir en altura, explicando algunas de las preguntas abiertas sobre el sistema constructivo de los monumentos egipcios, donde las pirámides aparecen en primer lugar. Una navegación por el Nilo muestra en un caleidoscopio hermoso todo esto. Me sorprendió la transparencia de sus aguas, donde pude bañarme y conocer desde adentro ese rio histórico, aunque sé, gracias a Heráclito que no es el mismo rio de los faraones.

Caminando los mas de cinco mil años de evolución e involución del pueblo egipcio aparecen las primeras escrituras: los jeroglíficos que recién a fines del siglo XIX se pudieron descifrar. También contaban con un sistema de contabilidad y cálculo. Habían dominado la biología en cuanto a la putrefacción de los cadáveres, no de cualquier muerto, sino de aquellos que consideraban sagrados. Organización social blindada donde la religión ofreció una perfecta herramienta de dominación y estructuración en las gentes. La creencia de una vida más allá de la conocida entre el nacimiento y la muerte apareció como una prolongación intactable de nuestra experiencia en este plano.

Egipto me mostró los orígenes de muchos de nuestros mitos, creencias, armas culturales que son hoy dia interpretados y utilizados por casi toda la civilización. Además, su historia me expuso cómo las dominaciones militares solían convertir lo existente en otros fenómenos: desde obligar a la conversión religiosa del credo imperante, destrucción o adaptación de los edificios, eliminación de costumbres, etc. La ley de la selva o la del más fuerte ha sido la norma en las sucesivas generaciones para solidificar la razón de vivir de los grupos dominantes.

La memoria colectiva del pueblo egipcio los entretejió desde Amon, dios de dioses, el Dios Sol y la Diosa Luna, Ra e Isis, sus respectivos hijos faraones, hasta la imposición del cristianismo en el norte del país hasta la conversión compulsiva, y casi excluyente hacia las enseñanzas de Mahoma, como lo vemos hoy.

Las llamadas a la oración durante todo el dia invaden sonoramente la brisa caliente del desierto y el rio. Las mezquitas siembran todo el territorio. Los minaretes o torretas apuntan al cielo con su media luna y estrellas, perforando el firmamento imaginario.

 

Mi curiosidad me hizo recorrer El Cairo, su capital, por las zonas no turísticas, para entender una pizca de como seria vivir allí. Me sorprendió la gran cantidad de edificios totalmente habitados que muestran sus exteriores sin terminación. Los cairotas no reconocen ese pequeño gran detalle. El sesgo de lo cotidiano acostumbra el asombro en nuestro espíritu. La vestimenta responde a las sugerencias de la religión, tanto en mujeres con sus rostros cubiertos en buena parte de ellas, como en los hombres con largas camisas y sandalias. Los varones suelen caminar tomados de la mano.

La vida transcurre en un bullicio urbano, en un orden desordenado del transito donde motos, bicicletas, peatones junto a buses y automóviles danzan un ritmo asimétrico y donde generalmente hace que todos lleguen a su destino.

Pero quería conocer mas. Justo unos días antes de mi viaje, había leído en el Diario EL PAIS, de España que había personas en El Cairo que vivían en un cementerio, la ciudad de los muertos. Encontré un taxista que conocía el lugar y nos llevó a mi mujer y a mí hacia allí. Entramos en un camposanto gigante. Consideremos que esta ciudad es una de las mas pobladas del globo, por lo que la cantidad de fallecidos debe estar en relación directa. Tumbas de distintos presupuestos constructivos.

Nos detuvimos en una calle interna del lugar, mientras pasaban cabras pastoreadas por un vecino vivo del barrio, por así llamarlo. Visitamos una construcción funeraria de dos módulos: una abierta y otra techada. Nos recibió una familia de tres personas bien vestidas.  Nos explicaron que vivían allí desde hace unos años, gracias a que los familiares del sepultado allí le propusieron a cambio de un pequeño pago mensual que cuidaran la tumba. Las razones de que miles de personas vivan allí, no es porque sea un barrio tranquilo, con poco ruido, sino la enorme distancia entre la oferta y la demanda de vivienda en la megalópolis cairota. La joven de la familia nos contó con orgullo que estaba cursando la universidad y se sentían a gusto con nuestra visita casi alienígena.

Mi nuevo y recurrente descubrimiento en esta experiencia ha sido que el ser humano se adapta a sus circunstancias. Hoy podemos decir que el acceso a formas de vivir de otros países, de oferta de todos los bienes de consumo y aspiracionales pueden distraernos. Sin embargo, mirando desde la altura de un dron imaginario, las sociedades se adaptan a su contexto. Aunque cada tanto ofrecen una ola de revolución, como ocurrió allí una primavera y luego todo vuelve a su situación original con leves matices nuevos.

El hombre y la mujer, y sus circunstancias. Eso es lo que somos. El contexto nos condiciona, el desafío está en conocerlo, saber de sus fronteras y conocernos individualmente para tomar aquello que nos pueda transformar. Como la joven de la familia que decidió ir a la universidad para su progreso. Ello no se resignó a su destino de custodia funeraria, ni abandonó a su familia en esta tarea. Hoy me pregunto qué será de estos simpáticos egipcios que nos abrieron su casa para contar su vida en pocas palabras. Pero el brillo en los ojos de esa niña me sugiere que su vida avanza, progresa, se desarrolla. Me muestra que no hay situación por mas critica o límite que pueda calificarse, que presente un obstáculo cuando la persona tiene claro su propósito en la vida.

Aquel misterio profundo que Egipto me ofrecía, había  sido develado.

 

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