Creo que podemos vivir mejor que como lo hacemos. Es mi creencia profunda y desde ella afloran estas palabras que siguen a continuación.
Simplemente el camino es entender el relato en el que hemos estado envueltos toda nuestra vida consciente. Nos hemos creído, esforzado y luchado por sostener nuestro concepto del YO. Esa personalidad, ese ropaje o disfraz inconsciente, que se subió y ahogo a nuestro ser para no abandonarnos hasta hoy. Esa estructura nos ha traído la mayor parte de nuestros conflictos, de nuestros sufrimientos. Nos ha conducido a ver el mundo diferente de como podría ser. Ese yo ha mirado la vida a través de una pequeña claraboya, descartando la vista desde la cubierta del barco. Hemos focalizado en un pequeño segmento del horizonte, y descartamos todo el resto de la línea que divide el mar del cielo. No miramos detrás de nuestra nuca, ni siquiera hacia el costado.
Nos hemos creído lo que vimos en nuestros hogares de origen, discursos políticos y religiosos.
Hemos clasificado la vida en conceptos como bueno y malo, y apilado en esas cajas lo que vemos, hacemos o pensamos.
A fin de simplificar la actividad mental, no escuchamos al otro porque “ya sabemos cómo piensa y lo que me va a decir”.
Descartamos observar nuestras emociones, porque somos seres racionales. Además, hemos tipificado algunas emociones como negativas y otras como positivas.
Hemos decidido que Dios no existe, o es un ser lejano que nos juzga, o un recurso de ultima instancia que requiere de gestores para lograr la comunicación.
Llegamos hasta aquí convencidos que lo que fue, seguirá siendo. Y si algo cambia, será una versión remozada del pasado. El futuro será una conjugación joven de aquello conocido.
No son fue indicado que conocernos es no sólo interesante, sino el único saber imprescindible para vivir. Por qué, cómo y para qué pensamos, sentimos, vivimos.
De qué se trata y cómo funciona nuestra realidad más evidente: nuestro cuerpo. Cómo cuidarnos más allá de los primeros auxilios.
No nos hemos dado cuenta que el otro no es un contrincante en la disputa por los recursos escasos disponibles. Ni siquiera es un objeto necesario de atención para obtener el pasaporte al mas allá premium. El otro soy yo. Yo soy el otro. El Universo me contiene y me traspasa.
Muchas de las habilidades creativas, técnicas y cognitivas de las cuales la humanidad ha sustentado su prevalencia en el mundo como especie, están siendo reemplazadas y mejoradas por creaciones humanas.
La inteligencia artificial, y las capacidades cada vez mayores de procesamiento de datos, están empujando al ser humano a focalizar su atención y esfuerzos hacia otras áreas esenciales.
Yuval Noah Harari, historiador y filosofo israelí, en un reciente reportaje, puntualiza que sólo necesitaremos de dos habilidades básicas: la estabilidad emocional y la inteligencia emocional. Las revoluciones tecnológicas y sociales sobrevienen en cascada, a un ritmo y profundidad crecientes.
No existe ya la estabilidad, la certeza, la normalidad como la conocemos ahora.
¿Qué podemos hacer desde ahora para integrar nuestra existencia a ese escenario?
- Saber más sobre nosotros.
- Desaprender lo aprendido, criticando todo lo que nos trajo hasta aquí.
- Desarrollar nuestra capacidad de observación hacia nosotros, los otros, y el contexto.
- Aplicar nuestra atención al instante presente.
- Sintonizar con nuestra intuición.
- Darle protagonismo en nuestro foco de atención, a toda emoción que aparezca.
No es misticismo, menos aun una mirada lírica o esotérica de la vida.
Intenta ser un enfoque práctico, cotidiano y doméstico para convertir nuestra experiencia de vida en una mejor versión.
Conlleva consistencia, atención, y devuelve tranquilidad. La honestidad interna tiene respuestas neuronales medibles. La coherencia entre lo que sentimos, pensamos, actuamos y decimos es el sendero de equilibrio hacia un sufrimiento cada vez menor. No es un camino del deber ser, sino apenas el único destino que nos lleva a la paz.
El mundo no es como lo interpretamos. Según David del Rosario, investigador español en neurociencia, nuestra elaboración del exterior está influida por tres factores:
- Nuestras experiencias pasadas.
- Nuestras expectativas sobre el futuro.
- Nuestra genética.
Pero ninguno de ellos nos determina, ni estamos obligados a seguir esa visión sesgada. No hay persona, lugar, animal o cosa que nos genere una emoción. Nuestra mente asocia un estímulo externo con alguna imagen que tenemos guardada y nos la propone en forma de pensamiento y emoción. Si nos damos cuenta que los pensamientos son propuestas, no hechos, podemos optar por otra alternativa.
Yo dejé de perseguir la felicidad. Intento sentir la vida. A respirarla. Y cada tanto me sorprendo encontrando instantes felices.
Cuando te veas envuelto en un diálogo mental, detente. Observa dónde está el problema, y cuál son las emociones que se disparan. ¿Me sirven para lo que se me presenta? Si es no, dejarlo ir. Apela al instante de consciencia, a prestar atención. No te dejes llevar por la corriente de pensamientos. Ellos van río abajo empujándote, sin dominio de tu parte.
Te invito a intentar otra mirada. A vivir mejor Hay tiempo. Tenemos todo el presente por delante.