En su primer interrogatorio juzgatorio a Jesús, el gobernador romano Poncio Pilato le pregunta: ¿qué es la verdad? Jesús no contestó. (Jn 18, 37).
Desde hace mucho tiempo, encontrar y definir la verdad insume gran cantidad de reflexiones de la especie humana. A mí me sucede que me deja perplejo frecuentemente que lo que considero evidente, no lo es para otro u otros. Entonces, quiere decir que no es tan sencillo el tema.
¿Qué es la verdad?
La coincidencia entre aquello que ocurre y mi percepción, puede ser una respuesta. Otra puede ser que coincida lo que percibo y creo. O entre lo que creo y actúo o digo. Tampoco parece ser que cuando todos o una gran mayoría coinciden en algo esa opinión colectiva convierte algo en verdad. Si no, invito a revisar resultados electorales y performances de gobiernos electos.
¿Pero qué es lo que ocurre? ¿Qué influencia tiene el observador en crear la realidad del suceso? La física cuántica postula y ha demostrado que el observador modifica los resultados de un suceso observado. La presencia y hasta la intención del observador pueden influir.
¿Dónde está la verdad?
Se podría entonces explorar el camino de la verdad en el interior de una persona. Más allá están los sesgos cognitivos donde a un mismo hecho o fenómeno, coexisten diferentes interpretaciones. Véanse temas políticos, por ejemplo. Cada sujeto elige o está condicionado a interpretar un objeto de observación en diferentes ángulos, agregando intenciones, causas y otras derivaciones.
En este análisis, más que determinar los medios o criterios de medición, registro y descripción de un hecho observado, me quiero detener en el sujeto observador. ¿Qué hace con la información?
- La asimila, con una experiencia del pasado, ¿dejándose llevar por la simplificación que le propone la mente? Así, etiqueta la experiencia identificándola con otro hecho sucedido tiempo atrás.
- ¿Filtra lo percibido a través de los sentidos hacia una expectativa preconcebida, forzando la interpretación de los hechos? Aquí también simplifica, al confirmar una presunción que ya residía en su mente. Se aleja del hecho presente.
Aquí aparece justamente la actitud clave en acercarme a la verdad: estar presente.
La mente nos remite al pasado (memoria) o al futuro (expectativas), y que quita del escenario aquello que tengo frente a mi. No me ofrece abrirme al momento actual, a observar qué siento, a conectar con mi intuición, esa voz conectada con el Creador, la única Verdad.
Diría con timidez, porque no estoy seguro, que ser honesto es ser uno con mi verdad. Ser honesto es percibir, pensar, sentir y actuar en coherencia, en el mismo sentido y frecuencia. Y para ello debo darme cuenta de cómo resuena en mí un hecho externo, en todas mis dimensiones: sensoriales, mentales, emocionales e intuitivas. Y entonces comprender que ese instante experimentado es único, que nunca ocurrió antes ni volverá a repetirse.
Ahora es mi tiempo. Utilizando mi tiempo, expando mi experiencia de vida y entonces accedo a mi verdad, a mi honestidad.
Dejar de querer que los hechos sean como espero que sean, es honestidad. Emplear la misma interpretación a hechos diferentes es ser honestos, si aplico mi atención a buscar en mí una explicación.
Descansar livianamente en las interpretaciones de otros, me aleja de la honestidad. Todo aporte de otra persona es válido si me sirve para transitar mi propia observación.
La no utilización de la facultad de pensar por cuenta propia, utilizando el pensamiento critico, es causado por la necesidad de rápidamente tener respuestas ciertas, difuminar la incertidumbre reinante en la vida. La inmediatez, la superficialidad, la necesidad de pertenencia a un grupo o comunidad que sostiene determinados juicios, pueden empujar a adoptar o creer verdades sueltas por allí, que no serían tales para el emisor de las mismas, ni tampoco para nosotros. Pero las incorporamos a nuestro discurso o pensamiento.
Aparece entonces la responsabilidad personal en buscar la verdad. Ser rotundo en las afirmaciones, olvidando que no hay una sola verdad, es no ser honesto. Propagando información que no nos consta que sea verdadera, es no jugar honestamente. Yo hago innumerables mea culpas.
Ser responsable es buscar mi verdad en mi interior, e inspirar a otros a practicar el mismo camino. De allí es que no quise buscar en diccionarios de la lengua el significado de la palabra VERDAD, para dejar fluir desde mi interior estas reflexiones no tuteladas por influencias externas.
La verdad está muy vinculada con la capacidad de observación, con su profundidad, nitidez y amplitud de campo. Es ejercer una visión no teñida por filtros de preconceptos, y con una intención de desaprender, de vaciarse de las verdades acumuladas y simplemente observar algo nuevo.
Se dice frecuentemente que sólo los niños, los locos y los borrachos dicen la verdad. Quizás sea cierto a veces, ya que ellos tienen disminuidas sus inhibiciones y pueden conectar más fielmente con su intuición, con su corazón.
Apenas pretendo poner en orden algunas ideas sobre este tema, que verdaderamente me atrapa. Esta visión integradora de todas las verdades individuales implica una actitud profunda de compasión y comprensión. También produciría evitar muchos conflictos personales y sociales. Claro es que requiere de la intención de honestidad deseada de cada individuo.
¿Cómo convivir con muchas verdades?
Entonces, si hay tantas verdades como personas, ¿cómo actuar en sociedad? Justamente, si partimos de la honestidad individual, y contamos con la atención puesta en el presente, se pueden plantear los intereses y necesidades de cada parte, y encontrar creativamente una canalización del conflicto, generando un área de consenso. Aceptar la verdad de los otros, no es mera tolerancia, sino un esfuerzo por comprender esa verdad, aunque no coincida con la mía.
La comunicación es clave cuando el dialogo es interpersonal. Suena obvio. No es tan evidente, sin embargo, que cada individuo sepa qué quiere comunicar, y menos aún encontrar la manera eficiente de hacerlo. De nuevo implica atención en el presente y honestidad, sin juicios previos.
La verdad y vivir en ella es el nombre del juego a eso que sucede mientras transcurre nuestra existencia. Ser compasivos con nuestra propia incoherencia interna, con nuestra sombra, es el paso enorme y necesario para integrar al otro en mi experiencia de vida de una manera sana. Nada que yo no haya hecho conmigo antes, podré sostenerlo con el otro. “Ámate a ti mismo, y luego ama a tu prójimo” seria una versión corregida y aumentada del mensaje central de Jesús, que refuerzo con la certeza que, al buscarme para amarme, encontraré el Reino de Dios en mi interior, esa Verdad.
¿Cómo sé que estoy cerca de la verdad?
Cuando me siento en paz, sin sufrimiento, con confianza. Esa sensación me acerca a la felicidad. Está en mi corazón, en mi esencia. Allí no hay mentiras, autoengaños, malos entendidos. Para llegar a ese centro de mi ser, tengo que atravesar el ego y una inercia psicológica que me acompaña desde siempre. Animarme a pensar de otra manera, desaprender para aprender.
¿Pero si entonces no hay una sola verdad, tiene sentido buscarla?
La verdad es un concepto dinámico de búsqueda, de experimentación, de propuesta energética de vida. Camina, vive, y encontrarás la verdad. Otra frase de Jesús: “yo soy el camino, la verdad y la vida” va en ese sentido, al que se le han agregado muchas interpretaciones, según se parta de distintas traducciones.
Debemos tomar nuestro camino de buscar nuestra verdad y vivir. No tomar la verdad de otro como cierta, sino aplicar nuestro sentido crítico para decidir con qué nutro mi espíritu. La vida es exploración, experiencia, descubrimiento, también de la verdad, sobretodo de la verdad. Ella está ligada al existir, con infinita curiosidad e incertidumbre. Así como la utopía es un norte que nunca se alcanza, la verdad es un camino que tiene una meta perseguible, no tangible, no alcanzable, ni se impone a otros. Quizás la verdad sea solamente ficción.
La necesidad de la mente a la certidumbre nos impulsa a aferrarnos a credos, que nos alejan de la sabiduría, cuya fuente es nuestra propia experiencia. Ella es verdadera. La incertidumbre es vacío, es carencia, es fragilidad. Experimentar sin saber qué encontraremos es todo eso.
Es más relajado recostarnos en el autoengaño, en la justificación, en el conformismo.
Hay verdades incómodas, que nos empujan a la acción, a salir de la zona actual, a encontrarnos con nuestra propia sombra. La verdad es un espejo que nos devuelve una imagen propia que puede no agradarnos, que no es aquella por la que hemos invertido tanto esfuerzo: nuestra personalidad.
La mente no necesita a la verdad, le basta con encontrar coherencia. Ella asocia patrones conocidos y busca en su memoria soluciones a una situación nueva que se asemeje en algo a aquello ya experimentado. Busca certeza, una verdad que nos dé seguridad, ya que la mente no puede convivir con la incertidumbre. De este mecanismo nace la posibilidad de ser engañados por nosotros o por otros.
Entonces, es el ser, la conciencia, quien busca la verdad. Necesitamos desde nuestro centro lograr el equilibrio que da la honestidad, nos otorga paz.
Llegar a nuestra verdad es contestarnos a la pregunta: ¿quién soy?
Con el ánimo de aportarles algo de paz, deseo que estos pensamientos sobre la verdad los haya dejado un poco intranquilos. Y se me asoma otra pregunta: qué es la PAZ?