El incendio en la cafetería del museo impidió que mi visita al Art Institute de Chicago, haciendo de esa visita una experiencia muy interesante. Tenía una escala en un vuelo hacia Las Vegas y quería conocer esta excitante ciudad y me interesaba la propuesta artística de ese Instituto. Se me quemaron algunos papeles.

Me había bajado recién del Loop de la ciudad, el tren elevado que ha cumplido 125 años recientemente, cuando los carteles anunciaban el cierre de mi destino cultural.

Esta estructura de transporte ha sido escenografía de cuanta película en blanco y negro de la mafia haya visto (en especial de la serie Los Intocables). Yo lo pude experimentar en color y sin las calles mojadas que agregan misterio a las escenas. Mafiosos no vi, pero transité por un viaje algo…desafiante.

 

 

 

 

Como un explorador desde siempre, había averiguado que en la ciudad de Chicago había una locación particular que debía conocer y saborear. La Pizzería UNO (sí: en español) abrió sus puertas en 1943 con una manera particular de hacer pizzas: el Deep Dish, o plato profundo. Las pizzas en ese restaurante contienen entre sus bordes elevados más cantidad de queso y otros toppings como pepperoni, pollo, cebolla, verduras, etc. lo que hacen que una porción sea suculenta. Así que luego de mi redondo almuerzo, decidí encarar mi próxima parada en mi periplo aprovechando que ese dia no llovía, como el anterior, donde el agua caía del cielo en hielo merecedor de otro blanco que no fuera mi cabeza y hombros.

 

Decidido a tomar el tren, que luego de una breve caminata me llevaría al Instituto de Artes, agote mis ultimas coins (monedas) en el boleto, ya que la maquina expendedora solo recibía dinero físico de baja denominación.

Poca gente en mi vagón. En realidad, casi nadie. Comencé apenas arrancó a percibir cierta efervescencia en un grupo de dos personas a cuatro filas de mi asiento, voces subidas de tono, danzas de levantarse y volverse a sentar, movimientos que preferí ignorar. La melodía férrea del tren ponía ritmo frenético a los vozarrones enervados. Twist y gritos. Me dediqué a conocer la espalda de Chicago (hacia el oeste, opuesto a la costa del lago Michigan) yendo hacia el sur. Empecé a notar que las construcciones iban disminuyendo en altura y a ralearse, hasta convertirse en casas aisladas de un piso con el típico porche con acceso de una escalerita de cinco escalones de madera. Pero poca gente y menos casas….

Mientras tanto, el grupo se fue acercando hasta mi asiento vociferando a una mujer que estaba justo detrás mío, en un inglés americano lleno de dientes, típico de la gente de color que lo hace a mis oídos algo difícil de entender. Lo que me quedaba claro es que estaban agrediendo a la chica y en breve pasarían de la etapa oral a la física.

Yo solo quería llegar al museo para admirar algo de arte clásico y moderno, aunque dicen que toda expresión humana es arte…aquí yo era casi parte, sin quererlo. Me debatía en qué debía hacer: si defender a la mujer, si levantarme e irme, aunque las miradas elípticas ya me involucraban en el scrum que se venia….

Las casas iban desapareciendo en mi ventana.

Mágicamente irrumpe en el vagón un guarda que logra poner un poco de mute al sonido ambiente y lo más importante: llegué a la estación de mi destino. Bajé con los latidos algo acelerados, cuando el humo me esperaba.

Nada malo me había sucedido, por lo que habiendo confirmado que en el dia aquel no volvería abrir, decidí saludar al edificio del museo y emprender la vuelta. El tema es que no había dinero en mis bolsillos para poder utilizar en la expendedora de boletos. Justo debajo de la estación, a nivel de calle una tienda de almacén me ofreció la solución. Compraría una bebida para mi esperado y pacifico viaje de regreso al downtown (centro) y con el vuelto haría mi compra del ticket. Me sorprendió que la caja de pago de la tienda tuviera más barrotes que la jaula del buzo que luchaba con Tiburón en la película de los 70’s. Apenas salí con mi Iced Tea, un grupito amenazante me esperaba con ojos brillosos. Tuve miedo. Encaré hacia las escaleras ascendentes de la estación de tren, cuando de nuevo la mano invisible de la ley apareció y me salvó en forma de un auto policial. Los potenciales arrebatadores se esfumaron más rápido que mis ganas de abrazarlos.

La vuelta fue placentera. Conocí otra cara de la ciudad, tuve contacto con el arte, descubrí que mis pensamientos crearon una escena y desgracias que nunca ocurrieron. También detecté aquella vez como en otro episodio algo más violento, que algo interior en mí me señalaba que nada podía ocurrirme. Esta aventura en el norte de Estados Unidos, me animó a descubrir, explorar, transitar caminos fuera del foco turístico y que estos serían mi polo magnético en futuros recorridos. Sólo en las exposiciones a lo desconocido, podemos descubrir las fronteras de nuestras capacidades, a caminar y a abrir senderos nuevos de nuestro interior.

Ahora que lo pienso y escribo…¿esa gente y compañeros de viaje en Chicago habrán querido hacerme daño, se habían fijado en mi existencia? ¿o fue mi imaginación? ¿Me volverá a pasar?

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